La reina by Andrew Morton

La reina by Andrew Morton

autor:Andrew Morton [Morton, Andrew]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Biografía
editor: ePubLibre
publicado: 2022-11-15T00:00:00+00:00


9

Y entonces llegó Diana

La reina era trabajadora, prudente y abstemia. Pesaba en torno a los cincuenta y un kilos, comía con frugalidad y disfrutaba con los buenos alimentos británicos: cordero de Gales, salmón de Escocia, carne de caza de Sandringham y mantequilla recién batida de la vaquería de Windsor. Los excesos nunca entraban en su menú; ni en el suyo ni en el de la monarquía en su conjunto.

Ella misma le confesó su rigurosa rutina alimenticia al presidente estadounidense Jimmy Carter cuando este estuvo de visita en el palacio de Buckingham en mayo de 1977. Así lo recordaba él: «Comentó que debía vigilar mucho su cintura porque tenía siete vestidos de gala diferentes [para ponerse] a lo largo de un año y, como no se podía permitir cambiar tanto de vestuario, debía esforzarse por mantenerse en la misma talla varios años»[334]. Evidentemente, lo que quiso decir la reina —una de las mujeres más ricas del mundo— era que no podía permitirse ni el tiempo ni el trastorno que para ella suponía que le tuvieran que retocar esos elaborados vestidos cada año.

No solo su vestimenta de gala la obligaba a vigilar su peso. Siendo, como fue, la monarca más viajera de la historia, sabía bien que la planificación de sus visitas precisaba de meses (cuando no de años) de preparación. A veces se probaba y se hacía vestidos a medida con mucha antelación. De ahí que cuidara tanto su dieta, a fin de ahorrarse modificaciones innecesarias. Pero si su vestuario era una metáfora de su reinado —fijo, invariable y previsible—, no lo era menos su rutina diaria, que se ajustaba a su vida con la misma cómoda familiaridad con la que se amolda al pie un zapato después de mucho uso. Y el primero en «amoldar el zapato» cada mañana, por así decirlo, era un miembro de su personal.

Concretamente, a las ocho, su criada particular entraba en su dormitorio trayéndole una bandejita con una tetera de té Earl Grey. Le llenaban la bañera con agua hasta una profundidad de dieciocho centímetros y una temperatura de veintidós grados (medidos con termómetro). Le dejaban la ropa para que se la pusiera mientras esperaba a su peluquera. A las nueve en punto, su gaitero personal comenzaba a tocar bajo su ventana[335]. Y así, en ese mismo tono, continuaba su jornada: un desayuno moderado con cereales, una reunión a las diez con su secretario privado —conversación sobre asuntos de Estado— y repaso y estudio de la correspondencia (sobre todo de las circulares y cartas que figuraban en las famosas cajas rojas). Incluso en la fase más tardía de su reinado, cuando la mayoría de las personas de su edad se habrían jubilado, la reina seguía ocupada con asuntos relativos a la máxima representación nacional, ya fuera una bienvenida o una despedida a un embajador, una toma de posesión o un almuerzo con directivos de organizaciones benéficas o de empresas.

Si estaba de vacaciones, hacía un almuerzo ligero, hallaba ratos para pasear a sus perros y se



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